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Por Dr. José Rafael Zaá Méndez

Febrero 2.020

En una primera aproximación podríamos decir que la reflexión transcompleja es un esfuerzo de pensamiento filosófico científico contemporáneo que rescata la identidad existencialista del sujeto, fundiendo en ella la conciencia de un ser trascendente donde se origina y teje el entramado relacional de un mundo sin fronteras o limitaciones empíricas, materiales, racionales, espirituales o místicas; reinterpreta las corrientes filosóficas de la postmodernidad y las pone en función de procesos de indagación más abiertos, amplios y profundos, superando así las limitaciones del método científico; absorbe de las filosofías que han orientado la hechura del saber durante el proyecto cultural humano aquellos elementos que coadyuvan a una concepción global de la existencia de los seres; y toma distancia de los sistemas epistemológicos reduccionistas mediante los cuales se ha utilizado la ciencia como un instrumento de poder; es un rescate de lo experiencial para construir desde lo vital; es un viaje hacia el microcosmos del individuo para extraer de allí la esencia de nuestro ser y proyectarla hacia el macrocosmos, y así vernos reflejados en los campos fantasmáticos que conforman el espectro del multiverso; lo dado no tiene cabida en la reflexión científica transcompleja, sino un devenir constante, donde todo se hace y se deshace continuamente; donde no hay causas ni efectos, sino relaciones; donde no hay arriba, ni abajo, ni enfrente, ni detrás, sino la apreciación global; donde las asimetrías son virtudes de lo natural y los errores constituyen niveles de lógica no explorados que heurísticamente impulsan la reflexión permanente. Aquí lo finito y lo infinito no son contrarios, sino el primero parte del otro, pues, ninguno podría existir sin el otro; este es el ámbito ontológico donde todo se mueve, cambia y se perfecciona en un devenir heracliteano, donde el absoluto se piensa a sí mismo.
En una reflexión filosófico científica transcompleja bajo tienden a evaporarse los referentes de la ciencia de la modernidad e insurgen los relatos que caracterizan la narratividad científica. Cobran vida los entrelazamientos de percepciones y pensamientos, argumentaciones y lógicas; las visiones se trasladan, mezclan y combinan para componer la textura del todo. Aparece la ciencia en zigzag como morfología teórica, la incertidumbre como principio y condición del conocimiento, las discontinuidades en la búsqueda de saberes, la asimetría y el desorden como contexto natural y fuente de nuevos sentidos; en fin, se rescata la vida, obra, actividad y relaciones del hombre en un afán por alcanzar lo que existe más allá de lo aparente. Para ello la investigación transcompleja se apoya en los descubrimientos de los físicos teóricos contemporáneos que han propuesto una nueva explicación de la realidad otorgando a la intuición y a la creatividad la posibilidad de llevarnos aún más lejos en el conocimiento de lo real. En esa línea, la propuesta consiste en que se reconozca a las coincidencias (sincronicidades) que tienen significados íntimos para el sujeto, el mismo valor que se da a los órdenes cuantitativos.
Bajo la visión transcompleja el conocimiento es fruto de la experiencia social, pero nunca se es consciente de todos los acontecimientos simultáneos porque la percepción actúa a modo de barrera. Con la física cuántica, sin embargo, empezamos a entender que la realidad que observamos no tiene fronteras. Sólo existen probabilidades que propician la construcción de nuevas realidades, que se concretan según la voluntad del actor, el cual actúa como “atractor extraño” de dichas posibilidades.
Aquí mirar la realidad desde la perspectiva de lo sensible supone proponernos conocer desde lo vital, no sólo desde lo racional, porque no es una mirada que se orienta hacia un ángulo más o menos amplio, sino una conciencia de ser. Es un estado de conciencia en el que la estructura y la vida emergentes se perciben integralmente.
La transcomplejidad nos conduce a un movimiento cultural e intelectual transhumanista que apoya el uso de las nuevas ciencias y tecnologías para mejorar las capacidades mentales y físicas del ser humano. A medida que las posibilidades del transhumanismo aumentan, las compatibilidades de la metafísica, la teodicea y la soteriología de las perspectivas teológico-religiosas y transhumanista, van construyendo nuevas formas de “trans-espiritualidad”.
En un contexto de pensamiento transcomplejo, sistema y entorno fluyen acoplándose recíprocamente. Los sistemas físicos reales sólo se mantienen viables si importan energía desde su entorno próximo y exportan entropía hacia él. Las interrelaciones entre los elementos de un nivel originan nuevos tipos de elementos en otro nivel, pero cada nuevo estado es sólo una transición. Cuantos más estados tenga el sistema, mayor será su “variedad”, su capacidad de respuesta ante las perturbaciones, de supervivencia y su complejidad. El sistema se desintegra cuando pierde la capacidad para mantener las interconexiones específicas entre sus elementos.
En esta perspectiva teleológica, las reflexiones se orientan hacia la conformación de nuevos paisajes epistemológicos y cognitivos, una nueva racionalidad y un nuevo discurso científico. Estamos en presencia de un redimensionamiento de lo científico y de lo humano con significativos impactos en las dimensiones filosóficas, como la ontología, epistemología, axiología, teleología, heurística y la metodología del quehacer científico.

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